Problemas ambientales, problemas culturales
Algún día podremos leer en el diario esta noticia: “Se alcanzó el desarrollo sustentable a escala regional”. Parece difícil, ya que si observamos lo que ocurre en la actualidad, no le llama a nadie la atención la existencia de problemas ambientales como la desertización, la deforestación, la sobrepesca, la contaminación de ríos, mares, etc. En cambio, es grande nuestra sorpresa ante los derrames de petróleo, el descenso en las capturas de las especies comerciales o el cambio de las condiciones climáticas históricas. ¿Porqué nos sorprendemos?, ¿Qué esperamos que ocurra?, ¿En quien depositamos nuestra esperanza de protección del ambiente?
Haciendo un poco de historia, lo sorprendente sería que el desarrollo de nuestra sociedad fuera ecológicamente sustentable, ya que la cultura occidental está cimentada sobre la base de que el hombre es un ser superior a los otros seres vivos y puede disponer de ellos a su gusto.
Nuestra relación con la naturaleza está influenciada por las corrientes predominantes del pensamiento europeo, que a su vez ha sido forjado en el pensamiento de los filósofos griegos y romanos. El Imperio Romano adoptó al cristianismo como su religión estatal a finales del siglo IV, a partir de allí quedó incorporada en sus escritos una idea de la naturaleza que marcó culturalmente a las sociedades occidentales hasta nuestros días.
A modo de ejemplo en el Génesis (Cáp. 1) se lee: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra...Creced y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla”. Más adelante, en el otro mito del Génesis (Cáp. 2) en donde los animales son creados en beneficio de la humanidad y debe ser Adán quien le pone nombre, se puede leer: “Infundiréis temor y miedo a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que repta por el suelo, y a todos los peces del mar; quedan a vuestra disposición”.
Los primeros pensadores cristianos y medievales aceptaron esta posición naturalmente dominante del ser humano (por designio divino) y a la naturaleza como un recurso a explotar sin ningún escrúpulo.
En el siglo XVII esta idea alcanzó un mayor desarrollo y la concepción de que el hombre debía dominar a la naturaleza y terminar la obra que le encomendó Dios, ya era un hecho. En ésta época el discurso del método de Descartes hacía hincapié en la importancia del método científico. El pensamiento reduccionista encaminado a la descomposición del todo en sus partes constituyentes aportó a la visión fragmentada y mecanicista del funcionamiento del mundo. En el futuro esta visión haría perder de vista la interrelación de los procesos de gran magnitud. Aún hoy nos resulta bastante difícil el abordaje de los estudios integrados a escalas regionales, continentales o mundiales.
Los descubrimientos que se fueron sucediendo durante los siguientes siglos solamente reivindicaron la idea de que el mundo estaba hecho para el hombre y no el hombre para el mundo. La idea predominante era que la aplicación de la ciencia sería la herramienta ideal para comprender las leyes del universo, y así restaurar el dominio que se había perdido cuando Adán y Eva fueron echados del paraíso. Una confirmación de este pensamiento se produjo a fines del siglo XVII con el éxito de Newton sobre la fuerza de la gravedad. Bacon en 1848 decía “El hombre, si atendemos a causas finales, se puede considerar como el centro del universo, hasta tal punto que si se quitase al hombre del mundo, lo que quedase parecería carecer de objetivo y propósito”. Me pregunto: ¿Cuantos hombres actuales no superaron ésta etapa?, y peor aún ¿Cuántos gobernantes?.
Un golpe durísimo a esta concepción fue asestado durante la segunda mitad del siglo XVIII, la publicación de “El origen de las especies” en 1859 incluyó al ser humano en otra escala de valores. Muchos de los debates de esa época se centraron en que la supervivencia del más apto debía finalmente concretarse, sin embargo, como el más apto era el hombre estaba clarísimo que la naturaleza debía ser sometida, eso sí, bajo la guía de la ciencia.
El continuo avance científico y la idea de progreso que generaban los descubrimientos y los avances tecnológicos hicieron que creciera la confianza en la existencia de un progreso continuo. La realidad europea del siglo XVIII que aumentó la capacidad de alimentar una población creciente, el crecimiento de las ciudades, nuevos inventos y el desarrollo industrial, acallaba algunas voces aisladas que planteaban la necesidad de evaluar los costos de tanto avance. El desarrollo europeo fue la guía del mundo occidental, constituyéndose en el camino a seguir.
¿Existía otra visión del mundo?, por supuesto que sí. El mundo oriental y los aborígenes americanos poseían una visión muy diferente, en donde el hombre no ocupaba un lugar tan especial, formando parte de un sistema que debería estar en equilibrio y armonía, donde el hombre solo era un eslabón más de la naturaleza. Como síntesis de esta visión, cabría recordar las expresiones del jefe Seattle de la tribu Squamish en su carta al presidente de EEUU en 1854, protestando sobre la acción de los colonizadores: “¿Qué es el hombre sin las bestias?. Si desapareciesen todas las bestias, los hombres morirían de una gran soledad de espíritu, pues todo lo que le ocurra a las bestias le ocurrirá al hombre... Enseñada vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la tierra es su madre. Todo lo que acontece a la tierra acontece a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen el suelo, se escupen a si mismos. La tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra. El hombre no tejió la tela de la vida, no es más que una hebra de ella. Lo que a la tela le hace, a él mismo se lo hace.”
Si hacía falta un aporte para que el endiosamiento del hombre fuera completo, ese fue el desarrollo de una disciplina como la economía. El desarrollo de la economía en los últimos doscientos años fue la base para el aceleramiento de la decadencia ambiental. El pensamiento económico actual es crucial en la forma que tienen las sociedades de tratar al ambiente. La asunción de que la naturaleza es un bien a explotar (o capital) y la competencia de los países por producir ganancias y aumentar la riqueza han desbarrancado muchas zonas del globo.
La postmodernidad le puso la frutilla al postre. La necesidad de obtener el éxito y mantenerlo sin importar el costo, y la concepción de que el enriquecimiento inmediato es la meta, aportó lo suyo para que el ambiente fuera apuñalado por la espalda.
La consigna es: Seamos ricos hoy, sin preocuparnos por el mañana. Sin embargo existe un problema, y es que los recursos son limitados y si se los maneja mal, las generaciones futuras carecerán de los mismos.
La dificultad para comprender ésta concepción del mundo, es la justificación intelectual de la promesa de éxito y progreso. Recordando que estos planteos económicos olvidan que la naturaleza no es inagotable y que existen residuos que deben considerarse.
Llegado a este punto cabría preguntarnos: ¿Es posible realizar una gestión ambiental sustentable sin una base cultural dedicada a la valoración del medio?.
Esta pregunta que parece tener una respuesta obvia en muchos países, no resulta tan clara en otros. El valor intrínseco que tienen los ambientes naturales parece no discutirse, ya que está culturalmente aceptado que forman parte de la vida de los individuos de cada país. Es posible también que haya mucha gente dispuesta a defender el ambiente frente a las agresiones de distinto origen, generalmente producidas por los seres humanos. Sin embargo, al profundizar en la idea de ambiente que una nación desarrolla en sus habitantes, las cosas parecen confundirse.
La visión ambiental que algunos países presentan es un tanto confusa (quizá esquizofrénica), ya que desde el estado se puntualiza y se legisla acerca del valor del ambiente como un recurso que debe ser preservado para la salud y prosperidad de sus habitantes. Sin embargo, la aplicación y ejecución de la legislación ambiental existente, dista mucho de ser óptima. El control y la gestión del estado son ineficaces, ya que raramente es de carácter preventivo y si resulta punitivo. Nuestra concepción en éstos casos es que “el que las hace las paga”. Esta concepción económica del ambiente, resulta inútil para los problemas ambientales, ya que el daño una vez realizado resulta difícil de evaluar económicamente. ¿Cuánto vale el daño producido por el Prestige?, ¿Cuánto vale una pesquería?, ¿El desmonte del Amazonas?, etc.
¿Por que razón, a pesar de que existen problemas ambientales graves en muchas regiones, son ignorados por sus habitantes?. Como vimos, el problema es cultural (de los habitantes y de los gobernantes).
La preservación del ambiente es una corriente cultural relativamente nueva en la historia y ha cobrado mayor importancia luego de la cumbre de la tierra de Río de Janeiro en 1992. A partir de allí, los países comenzaron a valorar sus riquezas naturales y a legislar para su preservación.
Sin embargo, la actitud frente al ambiente y sus problemas ambientales es utilizada como una postura cultural en muchas regiones, ya que no se educa para el cambio, ¡estamos hablando de educación ambiental!.
En muchos países del tercer mundo resulta difícil, por no decir casi imposible, hallar una propuesta académica clara sobre lo que esperamos que suceda entre el ambiente y nosotros. Si bien existen organizaciones dedicadas a éste fin, uno esperaría que los planes de estudio de los colegios y de las universidades tuvieran una propuesta fundamentada y evidenciada en los hechos. En Argentina, la educación general básica hasta el segundo ciclo (12 años) pretende inculcar en los estudiantes el cuidado por el ambiente, sin embargo son solo algunos disparos al aire, ya que depende de cada institución y de la formación de cada docente. Luego de ésta etapa escolar el estudiante y el docente ingresan, de la mano, en el mundo del Imperio Romano.
Esto no sería malo, si no fuera que existen problemas ambientales graves que afectan a la salud y economía de la gente, como los ya mencionados. Entonces surge claramente la controversia, la gente padece los problemas que no supo ver o prever (culturalmente) y ante la necesidad de resolverlos reclama una acción al estado o a los organismos de gobierno locales (formados en la misma cultura). Los organismos de gobierno, (con suerte) planean estrategias para abordar la problemática con los actores involucrados (los mismos que no supieron que hacer para actuar preventivamente). El resultado es obvio.
La mayor parte de las soluciones en el campo ambiental requieren de una fuerte conciencia social del valor a cuidar o proteger, esa conciencia se logra solo trabajando culturalmente desde la base. Difícilmente una sociedad que no tenga como valor cultural al ambiente, sepa como actuar frente a dicha problemática. Quizás haya llegado el momento de abordar las cosas desde el principio y comprender que la educación es la base de la solución de los problemas, comprendiendo que una fuerte educación ambiental es la base de una fuerte conciencia ambiental y de una adecuada gestión ambiental para los años futuros.
Eduardo A. Vallarino
Algún día podremos leer en el diario esta noticia: “Se alcanzó el desarrollo sustentable a escala regional”. Parece difícil, ya que si observamos lo que ocurre en la actualidad, no le llama a nadie la atención la existencia de problemas ambientales como la desertización, la deforestación, la sobrepesca, la contaminación de ríos, mares, etc. En cambio, es grande nuestra sorpresa ante los derrames de petróleo, el descenso en las capturas de las especies comerciales o el cambio de las condiciones climáticas históricas. ¿Porqué nos sorprendemos?, ¿Qué esperamos que ocurra?, ¿En quien depositamos nuestra esperanza de protección del ambiente?
Haciendo un poco de historia, lo sorprendente sería que el desarrollo de nuestra sociedad fuera ecológicamente sustentable, ya que la cultura occidental está cimentada sobre la base de que el hombre es un ser superior a los otros seres vivos y puede disponer de ellos a su gusto.
Nuestra relación con la naturaleza está influenciada por las corrientes predominantes del pensamiento europeo, que a su vez ha sido forjado en el pensamiento de los filósofos griegos y romanos. El Imperio Romano adoptó al cristianismo como su religión estatal a finales del siglo IV, a partir de allí quedó incorporada en sus escritos una idea de la naturaleza que marcó culturalmente a las sociedades occidentales hasta nuestros días.
A modo de ejemplo en el Génesis (Cáp. 1) se lee: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra...Creced y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla”. Más adelante, en el otro mito del Génesis (Cáp. 2) en donde los animales son creados en beneficio de la humanidad y debe ser Adán quien le pone nombre, se puede leer: “Infundiréis temor y miedo a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que repta por el suelo, y a todos los peces del mar; quedan a vuestra disposición”.
Los primeros pensadores cristianos y medievales aceptaron esta posición naturalmente dominante del ser humano (por designio divino) y a la naturaleza como un recurso a explotar sin ningún escrúpulo.
En el siglo XVII esta idea alcanzó un mayor desarrollo y la concepción de que el hombre debía dominar a la naturaleza y terminar la obra que le encomendó Dios, ya era un hecho. En ésta época el discurso del método de Descartes hacía hincapié en la importancia del método científico. El pensamiento reduccionista encaminado a la descomposición del todo en sus partes constituyentes aportó a la visión fragmentada y mecanicista del funcionamiento del mundo. En el futuro esta visión haría perder de vista la interrelación de los procesos de gran magnitud. Aún hoy nos resulta bastante difícil el abordaje de los estudios integrados a escalas regionales, continentales o mundiales.
Los descubrimientos que se fueron sucediendo durante los siguientes siglos solamente reivindicaron la idea de que el mundo estaba hecho para el hombre y no el hombre para el mundo. La idea predominante era que la aplicación de la ciencia sería la herramienta ideal para comprender las leyes del universo, y así restaurar el dominio que se había perdido cuando Adán y Eva fueron echados del paraíso. Una confirmación de este pensamiento se produjo a fines del siglo XVII con el éxito de Newton sobre la fuerza de la gravedad. Bacon en 1848 decía “El hombre, si atendemos a causas finales, se puede considerar como el centro del universo, hasta tal punto que si se quitase al hombre del mundo, lo que quedase parecería carecer de objetivo y propósito”. Me pregunto: ¿Cuantos hombres actuales no superaron ésta etapa?, y peor aún ¿Cuántos gobernantes?.
Un golpe durísimo a esta concepción fue asestado durante la segunda mitad del siglo XVIII, la publicación de “El origen de las especies” en 1859 incluyó al ser humano en otra escala de valores. Muchos de los debates de esa época se centraron en que la supervivencia del más apto debía finalmente concretarse, sin embargo, como el más apto era el hombre estaba clarísimo que la naturaleza debía ser sometida, eso sí, bajo la guía de la ciencia.
El continuo avance científico y la idea de progreso que generaban los descubrimientos y los avances tecnológicos hicieron que creciera la confianza en la existencia de un progreso continuo. La realidad europea del siglo XVIII que aumentó la capacidad de alimentar una población creciente, el crecimiento de las ciudades, nuevos inventos y el desarrollo industrial, acallaba algunas voces aisladas que planteaban la necesidad de evaluar los costos de tanto avance. El desarrollo europeo fue la guía del mundo occidental, constituyéndose en el camino a seguir.
¿Existía otra visión del mundo?, por supuesto que sí. El mundo oriental y los aborígenes americanos poseían una visión muy diferente, en donde el hombre no ocupaba un lugar tan especial, formando parte de un sistema que debería estar en equilibrio y armonía, donde el hombre solo era un eslabón más de la naturaleza. Como síntesis de esta visión, cabría recordar las expresiones del jefe Seattle de la tribu Squamish en su carta al presidente de EEUU en 1854, protestando sobre la acción de los colonizadores: “¿Qué es el hombre sin las bestias?. Si desapareciesen todas las bestias, los hombres morirían de una gran soledad de espíritu, pues todo lo que le ocurra a las bestias le ocurrirá al hombre... Enseñada vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la tierra es su madre. Todo lo que acontece a la tierra acontece a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen el suelo, se escupen a si mismos. La tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra. El hombre no tejió la tela de la vida, no es más que una hebra de ella. Lo que a la tela le hace, a él mismo se lo hace.”
Si hacía falta un aporte para que el endiosamiento del hombre fuera completo, ese fue el desarrollo de una disciplina como la economía. El desarrollo de la economía en los últimos doscientos años fue la base para el aceleramiento de la decadencia ambiental. El pensamiento económico actual es crucial en la forma que tienen las sociedades de tratar al ambiente. La asunción de que la naturaleza es un bien a explotar (o capital) y la competencia de los países por producir ganancias y aumentar la riqueza han desbarrancado muchas zonas del globo.
La postmodernidad le puso la frutilla al postre. La necesidad de obtener el éxito y mantenerlo sin importar el costo, y la concepción de que el enriquecimiento inmediato es la meta, aportó lo suyo para que el ambiente fuera apuñalado por la espalda.
La consigna es: Seamos ricos hoy, sin preocuparnos por el mañana. Sin embargo existe un problema, y es que los recursos son limitados y si se los maneja mal, las generaciones futuras carecerán de los mismos.
La dificultad para comprender ésta concepción del mundo, es la justificación intelectual de la promesa de éxito y progreso. Recordando que estos planteos económicos olvidan que la naturaleza no es inagotable y que existen residuos que deben considerarse.
Llegado a este punto cabría preguntarnos: ¿Es posible realizar una gestión ambiental sustentable sin una base cultural dedicada a la valoración del medio?.
Esta pregunta que parece tener una respuesta obvia en muchos países, no resulta tan clara en otros. El valor intrínseco que tienen los ambientes naturales parece no discutirse, ya que está culturalmente aceptado que forman parte de la vida de los individuos de cada país. Es posible también que haya mucha gente dispuesta a defender el ambiente frente a las agresiones de distinto origen, generalmente producidas por los seres humanos. Sin embargo, al profundizar en la idea de ambiente que una nación desarrolla en sus habitantes, las cosas parecen confundirse.
La visión ambiental que algunos países presentan es un tanto confusa (quizá esquizofrénica), ya que desde el estado se puntualiza y se legisla acerca del valor del ambiente como un recurso que debe ser preservado para la salud y prosperidad de sus habitantes. Sin embargo, la aplicación y ejecución de la legislación ambiental existente, dista mucho de ser óptima. El control y la gestión del estado son ineficaces, ya que raramente es de carácter preventivo y si resulta punitivo. Nuestra concepción en éstos casos es que “el que las hace las paga”. Esta concepción económica del ambiente, resulta inútil para los problemas ambientales, ya que el daño una vez realizado resulta difícil de evaluar económicamente. ¿Cuánto vale el daño producido por el Prestige?, ¿Cuánto vale una pesquería?, ¿El desmonte del Amazonas?, etc.
¿Por que razón, a pesar de que existen problemas ambientales graves en muchas regiones, son ignorados por sus habitantes?. Como vimos, el problema es cultural (de los habitantes y de los gobernantes).
La preservación del ambiente es una corriente cultural relativamente nueva en la historia y ha cobrado mayor importancia luego de la cumbre de la tierra de Río de Janeiro en 1992. A partir de allí, los países comenzaron a valorar sus riquezas naturales y a legislar para su preservación.
Sin embargo, la actitud frente al ambiente y sus problemas ambientales es utilizada como una postura cultural en muchas regiones, ya que no se educa para el cambio, ¡estamos hablando de educación ambiental!.
En muchos países del tercer mundo resulta difícil, por no decir casi imposible, hallar una propuesta académica clara sobre lo que esperamos que suceda entre el ambiente y nosotros. Si bien existen organizaciones dedicadas a éste fin, uno esperaría que los planes de estudio de los colegios y de las universidades tuvieran una propuesta fundamentada y evidenciada en los hechos. En Argentina, la educación general básica hasta el segundo ciclo (12 años) pretende inculcar en los estudiantes el cuidado por el ambiente, sin embargo son solo algunos disparos al aire, ya que depende de cada institución y de la formación de cada docente. Luego de ésta etapa escolar el estudiante y el docente ingresan, de la mano, en el mundo del Imperio Romano.
Esto no sería malo, si no fuera que existen problemas ambientales graves que afectan a la salud y economía de la gente, como los ya mencionados. Entonces surge claramente la controversia, la gente padece los problemas que no supo ver o prever (culturalmente) y ante la necesidad de resolverlos reclama una acción al estado o a los organismos de gobierno locales (formados en la misma cultura). Los organismos de gobierno, (con suerte) planean estrategias para abordar la problemática con los actores involucrados (los mismos que no supieron que hacer para actuar preventivamente). El resultado es obvio.
La mayor parte de las soluciones en el campo ambiental requieren de una fuerte conciencia social del valor a cuidar o proteger, esa conciencia se logra solo trabajando culturalmente desde la base. Difícilmente una sociedad que no tenga como valor cultural al ambiente, sepa como actuar frente a dicha problemática. Quizás haya llegado el momento de abordar las cosas desde el principio y comprender que la educación es la base de la solución de los problemas, comprendiendo que una fuerte educación ambiental es la base de una fuerte conciencia ambiental y de una adecuada gestión ambiental para los años futuros.
Eduardo A. Vallarino
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